La clase experimental fue dictada en uno de los laboratorios donde el biólogo Emiliano Hines, integrante del equipo del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC) y becario del Conicet, y el licenciado en Ciencias Ambientales, Nahuel Ravina, investigador e integrante de la Dirección Nacional de Áreas Marinas protegidas de la Administración de Parques Nacionales, trabajan diariamente en el proyecto Nutec Plastics para detectar la presencia de microplásticos -por primera vez- desde el Río de La Plata hasta la Antártida a bordo del Irízar.
“¿Qué actividad industrial genera más microplásticos?”, preguntó un adolescente. “¿Qué país está más contaminado?”, preguntó un niño. “¿Qué pasaría si la ballena se traga un plástico?, agregó una niña.
Apenas comenzó a hablar Hines, el interés de la audiencia fue inmediato. Levantando la mano, pedían permiso para hacerle preguntas al investigador mientras exponía y él respondía con atención y precisión a cada inquietud en tanto proyectaba diapositivas.
“Todo lo que se tire en cualquier parte va a parar al mar y termina como basura marina. No sólo es basura que uno ve, sino que los animalitos empiezan a interactuar con la basura y a tener problemas: se enredan, quedan envueltos”, explicó el biólogo mostrando imágenes de tortugas, aves y peces. En ese sentido, enfatizó que “todos los animales marinos, en algún momento tienen una interacción con algún residuo plástico que tiró el ser humano”, y, “si no gestionamos bien o no lo reciclamos, dura muchísimos años”, advirtió.
Un sorbete usado para tomar una gaseosa y, que después tiramos, puede durar 200 años; y los envases de telgopor, 2000 años, precisó Hines
Sobre esto, uno de los niños recomendó a todos que “para reciclar, en vez de tirarlo, podés usarlo hasta que se gaste”.
“Todo el plástico que va a parar al mar queda flotando en las corrientes marinas. En ellas se arman círculos donde se acumula la basura. En el centro de cada océano hay como islas de basura gigantes”, advirtió.
A partir de las preguntas realizadas, el biólogo explicó que un barco noruego está limpiando el océano Pacífico norte que tiene “la mancha más grande de residuos, una superficie cinco veces más grande que la provincia de Buenos Aires”.
“Para sacar el plástico tiene una red flotante que la tiran al mar, con la red van cerrando como un cerco o red de pesca, levantan la basura y la tiran en cubierta. Después todo ese plástico lo llevan a tierra y se recicla”, explicó.
Sobre la actividad que genera más microplásticos, el investigador detalló que “si bien la producción de productos plásticos genera residuos, lo que más plásticos desprende al ambiente es la ropa, y un lavado libera alrededor de 2000 fibras al ambiente”.
En cuanto al país más contaminado, indicó que es “China”, ya que “es el más industrializado, el que más producto genera y por ende más contaminación”.
“Cuando tiran mal la basura y queda en el ambiente, generalmente, llega al mar a través de ríos, efluentes, pluviales, el tráfico marítimo de barcos que no gestionan la basura, tirándola por la borda y quedan en el mar. Les empieza a dar el oleaje, el sol, el frío que congela y descongela, y el plástico se vuelve cada vez más chiquito, entonces queda tamaño micro plástico. Tan microplástico que…”, dijo Hines.
“Que no se puede ver”, completó un niño.
“Exacto”, reafirmó Hines.
También mostraron un video que impactó a todos, donde se vio la imagen subacuática de un buzo nadando en el mar entre plásticos en Bali, Indonesia, y explicó que “en algunas zonas del mar, el plástico se concentra por las corrientes y queda así”.
Luego de la clase, comenzaron a experimentar cómo es la tarea científica en el buque de estos dos investigadores, quienes fueron explicando el paso a paso pero también los invitaron a realizarlos.
En el laboratorio los chicos/as filtraron el agua desde el barco, la volcaron desde la probeta hacia equipos específicos de filtrado, y vieron por microscopio cómo es el fitoplancton.
Los científicos mostraron cómo es el proceso de toma de muestra mientras navegaban por las inmediaciones de la base Esperanza y cómo son esas muestras que enviarán a Mónaco para ser estudiadas.
“Es divertido. La parte que me gustó más es la de verter el agua y de los microplásticos. Es impresionante la cantidad de plástico que se puede encontrar en el mar. Una vez habíamos entrado a un laboratorio en la Base Esperanza”, dijo Juan de 11 años a Télam.
Y agregó: “A mí, especialmente, me gusta ver libros y estudiar sobre las aves porque cuando sea grande voy a ser biólogo“.
“Lo que aprendí fue lo de la isla de basura, eso me impresionó. Yo quiero estudiar ingeniería y después hacer fútbol”, dijo Nahuel.
Por el microscopio, donde colocaron una muestra de fitoplancton, se veían dos círculos y un palito negro. Y las y los adultos también hicieron fila para observar.
“Creo que disfrutaron un montón la clase y fue algo novedoso para mostrarles qué es lo que se puede hacer en el Irízar y contarles cómo se trabaja para hacer ciencia”, dijo a Télam Ravina, quien, anteriormente había trabajado en educación ambiental en escuelas verdes, desde jardín hasta polimodal.
“Los más chiquitos quieren saber, preguntar, tocar todo, y está buenísimo, es parte de su aprendizaje, se engancharon hasta los adultos”, completó el investigador.
Ariadna Berrardo invernó en la Antártida como tutora de nivel secundario junto a sus hijos y su marido, el teniente coronel, jefe saliente de base Esperanza, Gustavo Cordero Scandolo, y dijo a Télam: “Esta charla me parece reinteresante para los chicos y para uno mismo, como adulto, el poder conocer todas las investigaciones que se hacen. Se entusiasmaron un montón y eso es lo importante, que puedan ver el impacto que tiene tirar un papel en la vereda y hasta donde llega. Los científicos fueron geniales para explicar”.
Por su parte, Gustavo Gallardo, encargado de mantenimiento saliente de la Base Esperanza que invernó junto a su esposa y sus hijos en Esperanza, agregó: “Esta actividad me pareció espectacular. Me impactó la curiosidad sobre el tema que tenían los chicos, porque ellos son el futuro, van a cuidar más dónde tiran los plásticos, reciclar, y mejorar, tomando conciencia del impacto. Si el microplástico lo comen los animales, después lo vamos a comer nosotros”.
La investigación que llevan adelante Hines y Ravina en la Antártida surgió de un convenio entre la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) y el Instituto Antártico Argentino (IAA), que buscan abordar el problema mundial que supone la contaminación por plásticos en los océanos, donde termina el grueso de estos desechos.
El objetivo es el monitoreo de todos los mares del mundo para saber cuánto y qué tipo de plásticos hay bajo parámetros comparables y, hasta el momento, cuentan con la participación de 63 países.
Fuente: Télam.